martes, 24 de mayo de 2011

Orfeo

Orfeo era hijo de Eagro, rey de Tracia, y de la musa Calíope, y fue el músico y poeta mas famoso de todos los tiempos. Apolo le regaló una lira y las Musas le enseñaron a tocarla, y como tenía una voz comparable a la de los Dioses, llegó a cantar y tocar la Lira de una manera tan maravillosa, que hasta los árboles liberaban sus raíces y acudían a escucharlo; las hiedras y las enredaderas alargaban hacia él sus guías; las grandes encinas inclinaban sus ramas extendidas sobre su cabeza y las mismas rocas rodaban por las laderas de los montes para acercárcele. Las bestias salvajes se echaban, mansas, a su lado y las ninfas y los Dioses silvanos lo escuchaban maravillados.


Sin embargo, Orfeo no tenía ojos sino para una ninfa, su esposa Eurícide, a quien amaba apasionadamente. Su amor por ella era su inspiración, de allí brotaba el poder de su música.

La ninfa era también amada apasionadamente por Euristeo, el que la acechaba buscando una ocasión para manifestarle su pasión. Cuando esa ocasión se presentó al fin, Eurídice consiguió soltarse de sus brazos y huyó corriendo por el valle, con tal mala fortuna que pisó una serpiente y murió a causa de la mordedura a pesar de todos los esfuerzos que hicieron por salvarla.

Orfeo quedó desolado. Todo el día lloró a su esposa y las aves, las bestias y la misma tierra lloraron con él. Finalmente, cuando las sombras del sol ya se habían alargado, Orfeo tomó su Lira y se dirigió cantando libremente, hacia la caverna bostezante al mundo subterráneo, donde se había marchado el alma de Eurídice.

Al escuchar su canto hasta el gris Caronte, el Barquero del Río Estigia que cruza en su barca a las almas de los muertos, se olvidó de cobrar a su pasajero el precio del cruce. El can Cerbero, el monstruo de tres cabezas que guarda las puertas de Hades, detuvo en seco sus pasos y escuchó inmóvil mientras Orfeo pasaba. Y cuando entró en los dominios de Hades, los pálidos espectros fueron tras él, como incontables bandadas de aves silenciosas. Todo el reino acalló sus voces ante la voz maravillosa que resonaba a través de las ciénagas de los ríos tenebrosos. En los campos de Narcisos del Elíseo los muertos afortunados se sentaron en silencio entre las flores. En los mas lejanos rincones de las zonas de castigo, las siseantes llamas se aquietaron. Sísifo, el condenado a empujar eternamente una enorme roca cerro arriba, se sentó y no supo que estaba descansando. Tántalo, que se desespera por toda la eternidad ante visiones de agua fresca olvidó su sed y dejó de aferrar el aire vacío.

El salón de Hades, sostenido por innumerables pilares, se abrió ante la canción del músico. Las filas de los héroes muertos que se sientan a la mesa de Hades, levantaron sus ojos y los apartaron del despiadado Dios y de su pálida y desdichada reina. El oscuro rey de los muertos permaneció, severo e inmóvil, en su trono de ébano, aunque las lágrimas brillaron en sus rígidas mejillas a la luz de las fantasmales antorchas. Hasta su duro corazón, que conoce todas las miserias y nada le importan, se conmovió ante el amor y la nostalgia de la canción de Orfeo.

Finalmente, el trovador dejó de cantar, y la asamblea de espectros dejó oír un largo suspiro, parecido al susurro del viento en las ramas de los pinos. Entonces Orfeo habló al dios, pidiéndole su autorización para que Eurídice regresara al mundo de los vivos.

El Dios respondió, y su voz profunda resonó a través de su silencioso reino.

-Vuelve a la luz del día-dijo-. Vete rápido, mientras mis monstruos aún están aquietados por tu canción. Trepa por la empinada cuesta que conduce al mundo de los vivos, y no mires hacia atrás ni una sola vez. El espíritu de Eurídice te seguirá, pero si te das vuelta para mirarla, tendrá que regresar a mi.

Orfeo se dio la vuelta y caminó hacia la salida, y la muchedumbre de espectros se apartó para abrirle paso. en vano busco entre ellos por ver si veía a su perdida esposa. En vano escuchó tratando de oír un leve ruido de pasos detrás suyo. La barca de Caronte se hundió hasta la borda del peso de su cuerpo, pero ningún otro peso la hizo hundirse más.

El camino desde las tierras de Hades hasta el mundo superior es largo y difícil, mucho mas fácil de bajar que de subir. Era oscuro y neblinoso, poblado de extrañas formas y ruidos, aunque en muchos lugares era solamente negro y silente como una tumba. En esos lugares, Orfeo se detenía y escuchaba, pero nada se agitaba detrás de él. Hasta donde podía escuchar, estaba absolutamente solo. Se preguntó si el el despiadado Hades no la habría engañado. ¿Y si llegaba a la luz y Eurídice no aparecía junto a él? Por una vez había logrado encantar al barquero y a sus espantosos monstruos, pero ahora ellos ya habían escuchado su canción. La segunda vez su hechizo sería menos poderoso y el no conseguiría entrar nuevamente a la tierra de los muertos. Tal vez había perdido a Eurídice para siempre por haber creído con tanta facilidad.

A cada paso que daba, un instinto le decía que se estaba alejando de su esposa. Avanzó por el camino, desconfiado y desesperado, deteniéndose, escuchando, suspirando, dando otros pocos pasos lentos hasta que la oscuridad se empezó a adelgazar, transformándose en una opacidad gris. Arriba, una manchita de luz señalaba claramente la entrada de la caverna.

En ese momento final, Orfeo no pudo soportar más. Salir a la luz si su amada era algo intolerable. Si no salía por completo al mundo de la luz, quizás podría aún regresar allá abajo. Se volvió con rapidez y alcanzó a ver una débil sombra a sus talones que apenas se distinguía de la niebla gris que la rodeaba. Pero si alcanzó a ver muy bien la mirada de tristeza en su rostro mientras se precipitaba hacia ella gritando ¡Eurídice!, y la rodeaba con sus brazos. La sombra se disolvió como humo en el círculo de sus brazos. Pareció decir ¡Adiós! en un susurro antes de disolverse por completo en la niebla.

El infeliz amante retrocedió a toda rapidez por el empinado camino oscuro, pero fue en vano, esta vez el fantasmal barquero fue sordo a sus súplicas, y sus salvajes maneras impidieron que Orfeo alcanzara la conmovedora belleza de su canción anterior. Finalmente, su desesperación fue tan grande que no pudo seguir cantando. Durante siete días se quedó sentando en la gris ribera lodosa, escuchando los lamentos del terrible río. Los espectros formaron un amplio círculo alrededor del hombre vivo, pero este no les prestaba atención. Sólo miraba a Caronte mientras en sus oídos repiqueteaba el lúgubre murmullo del Estigia.

Por último, el poeta, se levantó y retrocedió tropezando por el empinado camino que tan bien conocía. Cuando salió al mundo de los vivos, su canción estaba empapada de dolor, pero era mas bella que nunca. Hasta el ruiseñor callaba su voz para escuchar a Orfeo cuando éste cantaba en algún lugar oculto, lamentándose de la pérdida de Eurídice. Ya no toleraba la presencia de sus semejantes, y cuando hombres y mujeres se le acercaban, los echaba con disgusto.

Finalmente, las mujeres de Tracia, enloquecidas por el Dios Dionisio y enfurecidas por el desdén de Orfeo, cayeron sobre él, lo mataron y despedazaron su cadáver. Arrojaron al río su Ebro su cabeza, que siguió cantando mientras flotaba; los labios muertos se movieron aún débilmente, musitando <<Eurídice>> pero ya el anhelante espíritu del músico caminaba por el camino ya tan conocido.

En los prados de narcisos se encontró con el espíritu de Eurídice, y por allí caminan juntos, en el reino donde el tiempo se vuelve eternidad.

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