martes, 31 de mayo de 2011

Un poema griego...

Unos Dicen que lo
más hermoso
sobre la negra tierra
es una hueste de
caballería,
otros que un ejército
de infantes,
algunos que una flota 
de navíos,
pero yo digo
que lo mas hermoso
es lo que uno ama.



Safo, (Poetisa griega del 
siglo VIII a.C.)
Poesía lírica de la
antigua Lesbas,
Recopilación.

Filosofía Griega

La Filosofía es, tal vez, la mayor creación de los griegos. En las colonias de asia menor los filosofos griegos (Tales, Anaximandro y Anaxímenes) intentaban explicar como funcionaba el Universo sustituyendo las explicaciones religiosas o máginas por la aplicación de la razón.

    
Tales de Mileto
En Atenas, durante los siglos V y IV a.C., se formaron círculos filosóficos en torno a pensadores como Sócrates, Platón y Aristóteles, que se dedicaron a reflexionar sobre el ser humano, la política o el amor.

Sócrates pensaba que el conocimiento hacía al ser humano mas sabio y mas bueno y que la inteligencia le permitiría conocer mejor el mundo en el que vivía.

Sócrates
Platón, su discípulo, planteaba que el ser humano debía regir su conducta por ideas como el bien, la justicia, la belleza y el amor.

Platón
Aristóteles, discípulo de Platón, se aleja de las enseñanzas de su maestro y se preocupa de explicar las cosas como son en la realidad. Se considera que la lógica es uno de sus mayores aportes al conocimiento.

Platón y aristóteles en la escuela de Atenas.

Arte Griego [Parte III]

Escultura: El amor al ser humano inspiró maravillosas esculturas que son famosas por su armonía y los detalles anatómicos del cuerpo. Los escultores griegos del período clásico lograron representar el cuerpo humano en su máxima naturalidad y belleza. Las proporciones de estas esculturas han llegado hasta nosotros como las medidas perfectas que debe poseer la figura humana, tanto femenina como masculina.

Pórtico de las Cariátides

Arte Griego [Parte II]

Pintura: solo ha quedado testimonio de ella en las cerámicas. A través de los vasos pintados se puede reconstruir rasgos de la mitología e historia griega, así como también de su vida y sus costumbres.

Cerámica que representa el mito de Paris y Helena

Arte Griego [Parte I]

Arquitectura: Logró su máximo esplendor en la Atenas del siglo V, cuando fueron reconstruidos los templos que los persas habían destruido durante las Guerras Persas. La creación mas espectacular fue la del Pertenón, el edificio más grande de la Acrópolis de Atenas.

Partenón de Atenas

Capitel de tipo Jónico

viernes, 27 de mayo de 2011

Ubicación Geográfica de Grecia

Grecia Antigua estaba ubicada en la Península de los Balcanes, que se encuentra en el sudeste de Europa, continente al que se encuentra unida por un amplio istmo constituido por las cordilleras de los Balcanes al este (Cordilleras que han dado nombre a la Península) y los Alpes Dináricos al Oeste.

Mapa de la Península de los Balcanes

Grecia

El origen de las estaciones


Deméter, la gran madre tierra, era la diosa de las cosechas. Alta y majestuosa era su figura, y su cabellera tenía el color del rigo maduro. Ella era quien llenaba las espigas con el grano, Y en honor suyo mujeres vestidas de blanco llevaban a sus altares guirnaldas de trigo como ofrenda. Ella presidía la siega, la trilla y las largas mesas a la sombra donde se refrescaban los segarodes, que la festejaban con canciones mientras recolectaban los abundantes frutos que ella les proporcionaba. Todas las leyes que conocían los labriegos provenían de ella: el tiempo de arar, cuál tierra daría mejores cosechas, cuál era más adecuada para las viñas y cuál había que dejar para pastos. Su generosidad para dar era la razón por la que los hombres le daban el nombre de Gran Madre. Y ella tenía una hija llamada Perséfone.


Perséfone era la doncella de la primavera, joven y desbordante de alegría. Su hogar estaba en Sicilia, porque en esa tierra la primavera es larga y encantadora y abundan las flores. Allí, la muchacha jugaba con sus amigas todo el día, hasta que los valles y las rocas resonaban con sus risas.



Un día, los gozosos ecos de sus diversiones descendieron hasta la oscura tierra de los muertos, donde estaba el sombrío Hades sentado en su trono. Tan alegres y cristalinas sonaban las risas que el dios apartó su mirada de sus tenebrosos dominios y la dirigió hacia el valle, y entonces hasta su corazón de piedra se conmovió ante la belleza de la joven. Se levantó, pavorosamente majestuoso, y subió al Olimpo a pedirle a Zeus que le diera a Perséfone por esposa. Zeus accedió y el Olimpo retumbó sellando la promesa. 


Y así fue que un día que Perséfone y sus amigas cogían flores en el valle Enna, sucedió algo extraordinario. Enna era un hermoso valle en cuyos prados las más bellas flores de todo el año crecían en la misma estación. Había rosas silvestres, jacintos azules, violetas de dulce aroma, altos lirios, esplendorosos narcisos y calas blancas. De todas estas cogía la joven, y aunque eran muy bellas, Perséfone era aún mucho más hermosa que todas ellas.


Ocurrió que mientras las jóvenes correteaban cortando flores y llamándose unas a otras a través del prado florecido, Perséfone se alejó de las demás y de pronto vio entre la verde hierba una flor tan hermosa como jamás antes la había visto. Parecía una especie de narciso, púrpura y balnco, pero de una sola raíz brotaban cien botonoes, y ante su dulce perfume, los mismo cielos y la tierra parecían sonreír. Sin llamar a las demás, Perséfone se precipitó hacia el precioso capullo y cuando extendía su mano para cogerlo, la tierra se abrió delante de ella y de pronto se encontró en brazos de un extraño. Perséfone gritó y se debatió, dejando caer la brazada de flores que llevaba. No obstante, Hades, el de oscuros ojos, era mucho más fuerte que ella de modo que no le costó nada subirla a su carro dorado, tomar las riendas de sus corceles negros como el carbón y partir en medio del retumbante sonido que hacía la tierra al cerrarse, antes de que las demás niñas alcanzaran a ver lo que había ocurrido. Cuando llegaron al punto donde Perséfone había desaparecido, sólo encontraron las flores que la joven había cortado y que ahora yacían en un confuso desorden sobre el pasto.

Amarga fue la pena de Deméter cuando le contaron las noticias de la extraña desaparición de Perséfone. Se cubrió con una nube oscura a guisa de velo y corrió durante nueve días, rápida como un ave, sobre océanos y tierras buscando a su hija y preguntando a todos los que encontraba si la habían visto, pero ni dioses ni hombres pudieron darle ninguna información. Entonces, desesperada, Deméter fue donde Febo Apolo, pues él ve todo lo que ocurre sobre la tierra cuando recorre el cielo con su carro de oro y fuego.
-Sí, vi a tu hija y sé dónde está-dijo el dios-. Hades la raptó, con el consentimiento de Zeus, y se la llevó a su reino de las tinieblas. La pobrecita no quería y luchó con todas sus fuerzas tratando de liberarse, pero Hades es mucho más fuerte que ella, y no le costó nada lograr su propósito.
La noticia cayó sobre Deméter como el golpe de un rayo, pues sabía que si Hades y Zeus estaban de acuerdo, ella no tendría manera de rescatar a su hija. Enfurecida y desesperada, no quiso regresar al Olimpo donde moran los dioses en medio de la alegría y las fiestas, y donde Apolo toca la lira mientras las musas cantan. Asumió la forma de una mujer madura, desgastada por la edad, pero llena de dignidad, y se dedicó a recorrer la tierra, donde tan abundantes son los pesares. Al comienzo se mantenía aparte de las casas de los hombres, pues la vista de niños pequeños y madres felices avivaba su pena.
Sin embargo, un día, mientras descansaba sentada al borde de un pozo, llegaron cuatro muchachitas a sacar agua; eran bondadosas y encantadoras y, extrañadas de ver a la imponente forastera, se acercaron a preguntarle qué hacía allí y si necesitaba algo. Deméter les respondió que pertenecía a una buena familia de Creta, al potro lado del mar, y que había sido capturada por unos piratas que pensaban venderla como esclava, pero que había logrado escapar en una playa donde habían desembarcado a preparar comida y que ahora recorría estas tierras buscando un trabajo que le permitiera subsistir.
Las cuatro chiquillas escucharon la historia, muy impresionadas por las majestuosas maneras de la extraña mujer. Por último, le dijeron que su madre, Metaneira, necesitaba una persona para que criara al hermanito recién nacido, Demofoonte, de modo que tal ves ella podría acompañarlas y hablar con su madre. Deméter aceptó, sintiendo una enorme nostalgia de abrazar nuevamente a un bebé, aunque no fuera suyo. De modo que fue a ver a Metaneira, quien, quien,  también muy impresionada por la serena dignidad de la diosa se sintió feliz de dejar a su hijito a cargo de ella.
Las sonrisas y gorjeos  de Demofoonte consolaron en parte a Deméter de la pérdida de su amada hija, y la diosa empezó a fraguar planes para el niño: sería un gran héroe, ella lo haría inmortal, de manera que cuando creciera pudiera estar siempre a su lado.
A medida que pasaba el tiempo, todos en la casa maravillaban de ver lo hermoso que estaba creciendo Demofoonte, sobre todo en circunstancias de que nunca veían que Deméter lo alimentara. La diosa, en secreto, le untaba con ambrosía, como hacían los dioses, y lo alimentaba con su propio alimento. Cuando llegaba la noche, se quedaba con el bebé junto a la gran chimenea de la sala, meciéndolo en sus brazos mientras las llamas se achicaban y todos se retiraban a dormir. Y entonces, cuando todo estaba en silencio, ella se incorporaba rápidamente y ponía al niño sobre el fuego. Demofoonte dormía toda la noche sobre las brasas, mientras su carne terrenal y su sangre se transformaban lentamente en la sustancia de los inmortales. Por la mañana, cuando llegaban los demás, encontraban las cenizas ya frías y a la extranjera meciendo y cantándole dulcemente al bebé.
Este extraño comportamiento despertó las sospechas de Metaneira. Después de todo, ¿qué era lo que ella sabía de esa mujer, aparte de la historia que le habían contado sus hijas? Tal vez era una bruja o algo por el estilo, que deseaba robar o transformar al niño. Tenía que ser cuidadosa. Por consiguiente, una noche al retirarse a su habitación dejó la puerta de la sala entreabierta y cuando todos los sonidos de la casa finalmente se acallaron, regresó en puntas de pie y se quedó en la oscuridad espiando a la extranjera que acunaba al niño junto a la chimenea. La sala estaba muy oscura, pero la madre vio perfectamente cuando la figura se inclinaba  hacia adelante; un tronco se quebró en el hogar, una llama se elevó y allí, nítidamente en la luz, vio al bebé encima del fuego.
Metaneira lanzó un grito y se precipitó hacia la chimenea, pero fue Deméter quien sacó al niño de las brasas.
-¡Estúpida mujer!-dijo, indignada- Le habría dado la inmortalidad a tu hijo, pero ahora es imposible. Será un gran héroe, pero finalmente tendrá que morir. Yo, la diosa Deméter, lo prometo. Mientras decía estas palabras, todos los signos de edad avanzada desaparecieron y la figura de la diosa creció, y su cabello dorado se desparramó sobre sus hombros, llenando de luz la habitación. Se volvió y caminó hacia la puerta, dejando al niño en el suelo y a Metaneira demasiado atónita y asustada como para recogerlo.
Ahora bien, sucedió que mientras Deméter recorría la tierra, abandonó sus funciones de diosa de las cosechas, y más bien disfrutaba de ver que otros sufrían debido a su propio sufrimiento. En vano los bueyes gastaban sus fuerzas arrastrando los pesados arados por el suelo. En vano el sembrador sacaba de su bolsa los puñados de cebada y los arrojaba en amplios arcos mientras caminaba por los surcos. Los ávidos pájaros tuvieron un festín de semillas aquella temporada, y los brotes de las que lograron germinar fueron quemados por el sol o arrastrados por las lluvias. Nada creció. Y cuando los dioses miraron hacia abajo vieron a la tierra amenazada por un hambre como jamás se había conocido. Los desesperados hombres descuidaron las ofrendas a los dioses, pues ya no podían prescindir ni de la más mínima porción de sus escuálidas reservas.
Por último, Zeus envió a Iris, el arcoíris para que buscara a Deméter y la instara a salvar la humanidad. La encantadora diosa bajó del Olimpo, rápida como un rayo de luz, y encontró a Deméter sentada en su templo, aún envuelta en su oscuro manto de nube y con la cabeza apoyada en su mano. Iris le transmitió los mensajes de Zeus y le ofreció en su nombre hermosos regalos y los poderes que ella escogiera, pero Deméter no escuchó ni levantó su cabeza siquiera por un instante. Todo lo que dijo que fue que no pondría un pie en el Olimpo ni dejaría que la tierra diera ni un solo fruto, hasta que Perséfone regresara a ella desde el reino de los muertos.
Iris retornó ante Zeus con esta respuesta y el dios vio que tendría que mandar a Hermes, el de las sandalias aladas, a traer de regreso a Perséfone. El mensajero de los dioses encontró al oscuro Hades sentado en su trono, con Perséfone bebido nada desde que llegara a la tierra de los muertos. Cuando Hermes dio a conocer el mensaje de Zeus, ella dio un salto de alegría, poniéndose de pie, mientras el oscuro rey se ponía más sombrío que nunca, pues en verdad amaba a su reina. Aunque no podía desobedecer la orden de Zeus, era un dios de recursos, de manera que invitó a Perséfone a que compartiera con él una granada como despedida, puesto que no había requerido comer ni beber mientras estuvo allí. Perséfone estaba ansiosa por irse, pero como el dios se lo pedía con tanto anhelo, tomó la granada para evitar discusiones y demoras y, cediendo a sus súplicas, comió siete granadas con él. En seguida, Hermes la tomó y la llevó consigo al mundo exterior.
Deméter corrió hacia ellos en cuanto los vio. Perséfone se precipitó hacia su madre dando un grito de alegría y ambas se abrazaron y acariciaron durante largo tiempo, hasta que Deméter apartó a la joven y le preguntó ansiosamente:
-Dime, hijita, ¿comiste o bebiste algo con Hades?
-Nada, hasta que llegó Hermes. Entonces comí con él siete granos de granada.
-¡Ay, hija mía!, ¿qué has hecho?. ¿No sabes que la granada es el símbolo del matrimonio, y que su efecto es hacer indisoluble la unión entre hombre y mujer? Deberás volver junto a Hades y gobernar con él como su reina. Pero yo no volveré al Olimpo ni daré frutos a la tierra.
Esta vez Zeus debió acudir a Rea, la madre de él, de Deméter y de Hades, para suplicarle que intercediera ante la desesperada diosa. Finalmente llegaron a un acuerdo: Perséfone pasaría tres meses con Hades, como reina de la tierra de los muertos, y los otro siete con Deméter. Y es así como durante tres meses cada año, Perséfone reina pálida y triste sobre los muertos, y durante este tiempo que Deméter se lamenta, los árboles pierden sus hojas, llega el frío y la tierra permanece quieta y muerta. Pero al cuarto mes, cuando Perséfone regresa, su madre se alegra y la tierra se regocija. Brota el trigo, brillante, fresco y verde en los sembradíos. Se abren las flores, cantan los pajarillos y nacen los animalitos. Y por todas partes el cielo sonríe de alegría o llora sobre la tierra fértil dulces lluvias de felicidad.

martes, 24 de mayo de 2011

Orfeo

Orfeo era hijo de Eagro, rey de Tracia, y de la musa Calíope, y fue el músico y poeta mas famoso de todos los tiempos. Apolo le regaló una lira y las Musas le enseñaron a tocarla, y como tenía una voz comparable a la de los Dioses, llegó a cantar y tocar la Lira de una manera tan maravillosa, que hasta los árboles liberaban sus raíces y acudían a escucharlo; las hiedras y las enredaderas alargaban hacia él sus guías; las grandes encinas inclinaban sus ramas extendidas sobre su cabeza y las mismas rocas rodaban por las laderas de los montes para acercárcele. Las bestias salvajes se echaban, mansas, a su lado y las ninfas y los Dioses silvanos lo escuchaban maravillados.


Sin embargo, Orfeo no tenía ojos sino para una ninfa, su esposa Eurícide, a quien amaba apasionadamente. Su amor por ella era su inspiración, de allí brotaba el poder de su música.

La ninfa era también amada apasionadamente por Euristeo, el que la acechaba buscando una ocasión para manifestarle su pasión. Cuando esa ocasión se presentó al fin, Eurídice consiguió soltarse de sus brazos y huyó corriendo por el valle, con tal mala fortuna que pisó una serpiente y murió a causa de la mordedura a pesar de todos los esfuerzos que hicieron por salvarla.

Orfeo quedó desolado. Todo el día lloró a su esposa y las aves, las bestias y la misma tierra lloraron con él. Finalmente, cuando las sombras del sol ya se habían alargado, Orfeo tomó su Lira y se dirigió cantando libremente, hacia la caverna bostezante al mundo subterráneo, donde se había marchado el alma de Eurídice.

Al escuchar su canto hasta el gris Caronte, el Barquero del Río Estigia que cruza en su barca a las almas de los muertos, se olvidó de cobrar a su pasajero el precio del cruce. El can Cerbero, el monstruo de tres cabezas que guarda las puertas de Hades, detuvo en seco sus pasos y escuchó inmóvil mientras Orfeo pasaba. Y cuando entró en los dominios de Hades, los pálidos espectros fueron tras él, como incontables bandadas de aves silenciosas. Todo el reino acalló sus voces ante la voz maravillosa que resonaba a través de las ciénagas de los ríos tenebrosos. En los campos de Narcisos del Elíseo los muertos afortunados se sentaron en silencio entre las flores. En los mas lejanos rincones de las zonas de castigo, las siseantes llamas se aquietaron. Sísifo, el condenado a empujar eternamente una enorme roca cerro arriba, se sentó y no supo que estaba descansando. Tántalo, que se desespera por toda la eternidad ante visiones de agua fresca olvidó su sed y dejó de aferrar el aire vacío.

El salón de Hades, sostenido por innumerables pilares, se abrió ante la canción del músico. Las filas de los héroes muertos que se sientan a la mesa de Hades, levantaron sus ojos y los apartaron del despiadado Dios y de su pálida y desdichada reina. El oscuro rey de los muertos permaneció, severo e inmóvil, en su trono de ébano, aunque las lágrimas brillaron en sus rígidas mejillas a la luz de las fantasmales antorchas. Hasta su duro corazón, que conoce todas las miserias y nada le importan, se conmovió ante el amor y la nostalgia de la canción de Orfeo.

Finalmente, el trovador dejó de cantar, y la asamblea de espectros dejó oír un largo suspiro, parecido al susurro del viento en las ramas de los pinos. Entonces Orfeo habló al dios, pidiéndole su autorización para que Eurídice regresara al mundo de los vivos.

El Dios respondió, y su voz profunda resonó a través de su silencioso reino.

-Vuelve a la luz del día-dijo-. Vete rápido, mientras mis monstruos aún están aquietados por tu canción. Trepa por la empinada cuesta que conduce al mundo de los vivos, y no mires hacia atrás ni una sola vez. El espíritu de Eurídice te seguirá, pero si te das vuelta para mirarla, tendrá que regresar a mi.

Orfeo se dio la vuelta y caminó hacia la salida, y la muchedumbre de espectros se apartó para abrirle paso. en vano busco entre ellos por ver si veía a su perdida esposa. En vano escuchó tratando de oír un leve ruido de pasos detrás suyo. La barca de Caronte se hundió hasta la borda del peso de su cuerpo, pero ningún otro peso la hizo hundirse más.

El camino desde las tierras de Hades hasta el mundo superior es largo y difícil, mucho mas fácil de bajar que de subir. Era oscuro y neblinoso, poblado de extrañas formas y ruidos, aunque en muchos lugares era solamente negro y silente como una tumba. En esos lugares, Orfeo se detenía y escuchaba, pero nada se agitaba detrás de él. Hasta donde podía escuchar, estaba absolutamente solo. Se preguntó si el el despiadado Hades no la habría engañado. ¿Y si llegaba a la luz y Eurídice no aparecía junto a él? Por una vez había logrado encantar al barquero y a sus espantosos monstruos, pero ahora ellos ya habían escuchado su canción. La segunda vez su hechizo sería menos poderoso y el no conseguiría entrar nuevamente a la tierra de los muertos. Tal vez había perdido a Eurídice para siempre por haber creído con tanta facilidad.

A cada paso que daba, un instinto le decía que se estaba alejando de su esposa. Avanzó por el camino, desconfiado y desesperado, deteniéndose, escuchando, suspirando, dando otros pocos pasos lentos hasta que la oscuridad se empezó a adelgazar, transformándose en una opacidad gris. Arriba, una manchita de luz señalaba claramente la entrada de la caverna.

En ese momento final, Orfeo no pudo soportar más. Salir a la luz si su amada era algo intolerable. Si no salía por completo al mundo de la luz, quizás podría aún regresar allá abajo. Se volvió con rapidez y alcanzó a ver una débil sombra a sus talones que apenas se distinguía de la niebla gris que la rodeaba. Pero si alcanzó a ver muy bien la mirada de tristeza en su rostro mientras se precipitaba hacia ella gritando ¡Eurídice!, y la rodeaba con sus brazos. La sombra se disolvió como humo en el círculo de sus brazos. Pareció decir ¡Adiós! en un susurro antes de disolverse por completo en la niebla.

El infeliz amante retrocedió a toda rapidez por el empinado camino oscuro, pero fue en vano, esta vez el fantasmal barquero fue sordo a sus súplicas, y sus salvajes maneras impidieron que Orfeo alcanzara la conmovedora belleza de su canción anterior. Finalmente, su desesperación fue tan grande que no pudo seguir cantando. Durante siete días se quedó sentando en la gris ribera lodosa, escuchando los lamentos del terrible río. Los espectros formaron un amplio círculo alrededor del hombre vivo, pero este no les prestaba atención. Sólo miraba a Caronte mientras en sus oídos repiqueteaba el lúgubre murmullo del Estigia.

Por último, el poeta, se levantó y retrocedió tropezando por el empinado camino que tan bien conocía. Cuando salió al mundo de los vivos, su canción estaba empapada de dolor, pero era mas bella que nunca. Hasta el ruiseñor callaba su voz para escuchar a Orfeo cuando éste cantaba en algún lugar oculto, lamentándose de la pérdida de Eurídice. Ya no toleraba la presencia de sus semejantes, y cuando hombres y mujeres se le acercaban, los echaba con disgusto.

Finalmente, las mujeres de Tracia, enloquecidas por el Dios Dionisio y enfurecidas por el desdén de Orfeo, cayeron sobre él, lo mataron y despedazaron su cadáver. Arrojaron al río su Ebro su cabeza, que siguió cantando mientras flotaba; los labios muertos se movieron aún débilmente, musitando <<Eurídice>> pero ya el anhelante espíritu del músico caminaba por el camino ya tan conocido.

En los prados de narcisos se encontró con el espíritu de Eurídice, y por allí caminan juntos, en el reino donde el tiempo se vuelve eternidad.